Si alguien me hubiese dicho que dejaría mi Paraná querida, viviría en Europa, que luego me mudaría a San Sebastián y que tendría la posibilidad de compartir una mañana con Karlos Arguiñano, le diría que está loco. Pero así fue.
Se preguntarán que tiene de especial Karlos Arguiñano. Además de ser una estrella en la cocina y hacernos reír, Karlos fue el personaje que nos acompañó en la televisión argentina en gran parte de mi niñez y de la niñez de millones de argentinos.
Es una persona muy importante, porque su persona está directamente ligada a los recuerdos que conservo de mi abuela Olga.
Los años pasan, algunas cosas se te van olvidando, como su voz, incluso hay días que me cuesta recordar su rostro; pero luego hay otros recuerdos que tengo presentes como si hubiese sido ayer:
Casa de mi abuela Olga, 12:30 del mediodía, mesa redonda en la cocina, mantel largo, vajilla de porcelana con dibujos azules, era la vajilla fina de su boda. Mis primos: la Cuchi, Evange y Fidel, la TV pequeña sobre una mesita con ruedas.
Ibamos llegando del colegio, dejábamos las mochilas al pie de la escalera, y nos sentábamos a la mesa, en la tele, estaba él, Don Karlos, terminando una receta; “chicos cállense que no escucho“, decía siempre la Olguita! Ella sacaba su librito y escribía la receta. Claro, en esa época, no había internet, no te podías bajar la receta con un clic, así que si mi abuela se llegaba a perder algun ingrediente, literalmente te mataba.
Todavía recuerdo su cara en ese preciso instante cuando Arguiñano soltaba algunas de las suyas en TV y mi abuela se ponía roja como un tomate “ay ese Karlos, las cosas que dice, es un pícaro“.
Karlos era uno más en la mesa, incluso llegué a pensar que ella le hablaba a la televisión.
Luego terminábamos de ver el programa, y nos sentabamos todos juntos: “hoy les voy a hacer un guisito que hizo Karlos ayer“, decía toda orgullosa colocando la fuente bien presentada en el centro de la mesa con su ramita de perejil.
Un almuerzo de tres platos, entrada, plato principal y postre, de ahí no se levantaba ni Dios hasta que los platos quedaban limpios. Nos comíamos todo, además de que estaba prohíbido dejar algo que sobrara, mi abuela era un Dios conocinando.
Y así fue como Karlos se convirtió en parte de la familia, de recuerdos tan bonitos de mi infancia, de mi abuela… si mi viera mi abuela!!!
Karlos y una cocina mágica
Algo tiene esa cocina que te invita a quedarte, no sé si es el aroma de lo que se está cocinando o será que cada rincón del plató tiene un secretito de la vida de Karlos: las fotos, la colección de gafas, los muñecos, detalles que hacen un todo perfecto.
Por eso quiero agradecerte Karlos por tu simpatía, por lo divertido y lo cercano que eres. Y a todo tu equipo, magnífico, esa gente maravillosa que trabaja contigo y hace que todo salga perfecto. Se percibe el buen rollo que hay detrás de cámara y creo que es el gran secreto para que seas un crack, no sólo de la cocina, sino del entretenimiento familiar!
Gracias y hasta la próxima!